Los momentos adversos en nuestra vida pueden ser oportunidades para crecer. Durante la pandemia, mira cómo una familia de pesqueros cambió las redes por máquinas de coser.
Nadie creería las maravillas que ha visto en su vida como buzo, pescador, capitán y guía turístico, asegura José Antonio Méndez, habitante de la comunidad de El Manglito, en La Paz, Baja California Sur.
Él y su familia viven del mar, sin embargo, la crisis sanitaria producida por el COVID-19 afectó su principal fuente de ingresos, que apenas prosperaba en la región: la pesca de callo de hacha.
Fue por eso que a principios de abril, José Antonio, su esposa Verónica, así como cerca de 105 integrantes de la Organización de Pescadores Rescatando la Ensenada, apoyados por la asociación Noreste Sustentable, dieron un giro a su oficio y convirtieron sus hogares y la sede del organismo en talleres de producción de cubrebocas.
“Con el apoyo de Grupo Coppel, hicimos un censo, en un principio para detectar y satisfacer la necesidad de cubrebocas, primero en la misma comunidad, y luego lo vimos como una oportunidad que les permitiera a hombres y mujeres seguir siendo productivos”, explica Alejandro Robles, integrante fundador de Noreste Sustentable, A.C.
La asociación, dedicada a crear estructuras que permitan a comunidades costeras hacer uso sustentable de sus recursos, ayudó a los pescadores con material y máquinas de coser para elaborar el producto que contribuye a evitar la propagación de COVID-19.

“Muchos de ellos, siendo pescadores de toda la vida, no sabían coser ni operar las máquinas, pero poco a poco se fueron adaptando”, cuenta.
En una primera fase lograron producir más de 7 mil cubrebocas de pellón y popelina para beneficiar a más de 50 familias y que se obsequian con las compras en las tiendas Coppel de La Paz. Para julio ya habían elaborado más de 18 mil.
El trabajo de Noreste Sustentable, A.C. va más allá de este apoyo. Porque así como preservar las especies marinas y el ecosistema ha sido todo un reto, también lo ha sido restaurar el tejido social y la confianza en la zona, afectados por la pesca ilegal, la delincuencia y el deterioro ambiental.
“Hace diez años empezamos por integrar niños y mujeres primero, con apoyos escolares y con la limpieza de la ensenada”, menciona Robles.
“Luego los pescadores se fueron integrando, empezamos equipos de fútbol y béisbol, limpiaron 30 toneladas de basura y pactaron y vigilaron la costa. Ellos mismos consiguieron la concesión gubernamental de pesca de 20 especies en 2016, y ya para 2019 empezó la temporada buena del callo de hacha, y pues llegó el coronavirus”, agrega.
Pero eso no desanimó a la gente de El Manglito, que buscó cómo salir adelante.
“Ahorita hacemos 100 cubrebocas diarios. Hacemos lo que emane, y si no sabemos, lo aprendemos”, señala Verónica, esposa de José Antonio.
Cuando se reactive la actividad económica y turística en la costa, ellos planean continuar la producción de cubrebocas, pero además buscarán diversificar la pesca de otras especies. También proyectan dar a conocer su modelo de trabajo para que otras comunidades pesqueras lo puedan replicar.

“Es lo bueno, lo bonito que tenemos aquí, que nuestras especies son originales, las dejamos que se reproduzcan, y tenemos una resiembra”, expresa José Antonio.
“Eso es lo que le vamos a dejar a nuestros hijos, y si logramos que otros piensen así, ya ‘hicimos marea’”.